Perversiones en una Noche Aburrida: Rapto


No sabía como llego ahí. Era de noche o día, eso ya no importaba. Pero estaba atada a la cama con las manos extendidas y los ojos vendados. Su nombre era Ailen y tenia 19 años. Le dolía el golpe que le habían dado en la cabeza, pero aun así estaba más preocupada de lo que le podría hacer su extraño atacante.

Sentía la presencia de un hombre en el cuarto. El olor a sexo y a semen estaba impregnado en aquel lugar.

-¿Por qué haces esto? –dijo Ailen, llorando, presa del pánico -¿Qué te he hecho yo para que me hagas esto?

-Existir… quizás… existir… aparecer en el momento menos indicado en el lugar menos indicado –dijo la voz masculina.

-¡Quiero mi ropa! ¿Dónde esta mi ropa? –grito ella.

-No la vamos a necesitar. –susurro él, subiéndose sobre ella y abriéndole las piernas.

Por más que Ailen reclamo, el hombre no cedió a sus gritos. Comenzó a humedecerle los labios de su delicada y virgen vagina con la lengua, deslizándose desde arriba hacia abajo, degustando el sabor de la piel húmeda de la joven, que lentamente empezaba a excitarse y a gemir contra su voluntad.

-Nunca te habían hecho esto, ¿verdad? –dijo él, jadeando.

-No me hagas daño, por favor –dijo ella, respirando agitado.

Los dedos de el comenzaron a juguetear, entrando y saliendo de su clítoris, apoderándose de los deseos de ella, haciéndola gemir mas y mas fuerte. Siguió jugando un buen rato, hasta que ella parecía perder el sentido y comenzar a poseerse del deseo y la morbosidad.

Subió por su estomago, lamiendo su pubis y su ombligo, mordisqueando cada centímetro de piel que se topaba con su boca, mientras con la mano la masturbaba lentamente.

Se topo con sus dos grandes pechos, duros de tanta excitación, y mojo sus pezones con la punta de la lengua. Ailen ya no aguantaba, y sus gemidos empezaron a convertirse en llanto. No por sentirse violada, si no, por que deseaba demasiado que el la tomara pronto, que el se apoderara de su cuerpo virgen.

-Cuéntame tus perversiones. ¿Qué quieres que te haga, niña? –dijo el en su oído.

-Déjame ir, por favor… -gimió ella, pero su tono parecía contradictorio.

-No te dejare. ¿Qué quieres hacer? .dijo, mientras le sacaba la venda de los ojos.

El joven tendría unos 25 años, de cabellos ondulados, piel morena y ojos oscuros. Su cuerpo macizo mostraba músculos, parecía que era adicto a las pesas y a los gimnasios.

-Déjame ir, te lo ruego – lloraba Ailen, gimiendo, asustada.

-Ya te dije que no –dijo mientras la seguía penetrando suavemente con los dedos.

-No… me duele...

-¿te duele? –dijo él- Nunca has tenido sexo entonces…

-Por favor, ya basta, déjame ir.

El abrió las piernas de ella lo más que pudo, y empezó a acercarla a su vientre. Ella sintió de pronto algo duro que la rozaba, algo que estaba buscando como penetrarla, como atravesar su cuerpo frágil y pálido. De pronto, algo se metió en su vagina estrecha.

-Me duele –dijo ella, llorando.

- Pasara el dolor, mi niña –dijo el muchacho- Ya veras que después de un rato pasara.

Creyó que la iba a matar. El dolor era increíble, algo la abría, la partía en dos. Dio un grito que después se convirtió en quejido, y a la segunda estocada, empezó a gemir. Lentamente el la empezó a penetrar y a abrir su cuerpo una y otra vez, cada vez mas adentro.

Ailen sólo se mordía los labios, ya no dolía, no molestaba, pero se sentía demasiado delicioso, solo quería que eso nunca terminara, que el cuerpo de él la partiera en dos, que siguiera mas y mas adentro.

-Ahhh… -se quejaba ella, cada vez mas fuerte, mordiéndose los labios, gimiendo.

-Te dije que te gustaría –dijo él, agitado, besando sus pechos duros, mordisqueando sus pezones una y otra vez.

Pasaron así un buen rato hasta que el empezó a jugar con sus nalgas. Las apretaba y las acariciaba. Comenzó a buscar su ano. Era un pequeño orificio donde nadie había osado entrar. Le quitó las cadenas y la giró.

Ella ya no era dueña de su cuerpo, el placer la consumía y solo pedía más. Parecía presa de algún especie de hechizo sexual extraño, solo quería pasar así, día y noche, junto a su perverso violador, sintiendo más y más placer.

La lengua de el comenzó a meterse en el ano de Ailen

Los quejidos de la joven eran increíbles. Ni se dio cuenta cuando él la penetro bruscamente por detrás.

Con los dedos jugueteaba con su clítoris húmedo mientras la abría una y otra vez por ambos lados. El ya no podía aguantar mas y acabo dentro de ella, mientras Ailen comenzó a sentir fuertes orgasmos cada vez que los dedos de él violaban su estrecha vagina.

Se quedaron una hora así, dormitando, abrazados en la cama.

Cuando él despertó, ella no estaba. Había huido. Quizás se había dado cuenta de la situación y había ido a denunciarlo. Él sonrió. Ya no importaba que lo denunciara. Había disfrutado de esa jovencita virgen, y nadie le quitaría ese gusto. Lo mejor de todo, era que ella lo había disfrutado. Jamás había oído gemir así a una mujer.

Se sentía extrañamente feliz, había cumplido su deseo.

Pasaron varios días desde que le perdió el rastro a la jovencita.
Al parecer ella no había hecho la denuncia, ya que nadie lo había tomado detenido. Se sentía satisfecho, con ganas de someter a otra joven a sus deseos y ayudarla a cumplir sus fantasías
Era tarde y después de observar por varias horas a una posible victima, tomó camino de regreso a casa. Manejó por algunos minutos, se bajó del carro y entró.

Pero su sexto sentido lo hizo ponerse alerta. Alguien había entrado a la casa. No estaba solo. Un perfume a rosas lo envolvió y no se dio ni cuenta cuando alguien lo ataco por la espalda, dándole con un objeto en la cabeza.

-¿Qué pasó? –dijo con un hilo de voz. Estaba atado de los brazos sobre un muro, vendado y desnudo. - ¿Quién eres?

Nadie contestó. Sólo sentía pasos en el cuarto. Sabía que estaba en el subterráneo de su casa, por el olor a tierra y humedad.

¿Por qué no me contestas? –dijo él.

De pronto sintió una mano que subía por su pierna. Apretándole el muslo con suavidad. Una boca jugaba con su piel, mordisqueando, lamiendo sus nalgas.

- Dime quien eres –dijo él, algo altanero y frío.

Nadie contestó. Los labios seguían subiendo por su espalda, arrancándole uno que otro quejido. ¿Qué pretendía? ¿Quién rayos era?

Sintió un par de pezones rozándole la espalda, así que supo que era mujer. Al menos sintió ese alivio. No era un hombre.

-Dime por que haces esto. ¿Quién demonios eres? –dijo algo molesto.

-Cállate… -oyó en un susurro. La mujer estaba altamente excitada. Su respiración agitada la delataba.

La voz parecía conocida. Pero aún asi no lograba identificar quien era exactamente. Sintió que una suave lengua rozaba su espalda. Subía y bajaba por su piel, y le arrancaba uno que otro gemido. De nuevo bajaba a sus nalgas y las mordisqueaba una y otra vez, apretándolas con los dientes.

-Creo que te gusta jugar, como a mí, traviesa –rió él, a carcajadas.

-¿Sí? –dijo ella, susurrando- Pues claro que me gusta jugar, pero no como a ti…

Él lanzó una carcajada. Esta chica era muy rara.

De pronto, sintió como la boca de ella se posaba en su rodilla y subía, humedeciendo su piel.

-Creo que te gusta lamer, pequeña –dijo él, sonriendo. Esto no parecía una tortura de ningún tipo.

-Claro que me gusta –dijo ella, susurrando. Siguió subiendo por su muslo, enterrando suavemente sus uñas, sin provocarle dolor, solo aumentando la excitación de ambos, cada vez más.

De pronto, sintió como ella se metía su miembro completo en la boca. Jamás lo habían excitado así, aquella mamada era increíble. Los labios de ella lo masturbaban de una forma deliciosa, deslizándose por su piel, chupando deliciosa mente, muy lento, llevándolo al límite del deseo.

-¿Quién eres, pequeña? –dijo, casi en un gemido.

Ella no contestó. Cada vez se lo chupaba de una forma mas deliciosa, y cuando se detenía, lo masturbaba con su suave mano, prolongando el deseo.

-Desátame y conocerás el verdadero placer – rió él.

-No. No lo haré, maldito –rió ella- Es tu turno de conocer el verdadero placer…

No supo en que momento perdió el conocimiento. Cuando despertó, estaba en una cama, algo aturdido aún. Al parecer ella lo había drogado antes de empezar el jugueteo, cosa de que se durmiera a una hora determinada.

-Maldita traviesa – rió.
Ya no tenía la venda pero el cuarto estaba en penumbras. Se colaban unos juguetones rayos de luna por la ventana, y le recordaban que aún llevaba las cadenas en las muñecas. Al parecer la mujer se había apiadado y le había quitado las vendas.

¿Qué pretendía esta malvada muchachita? Más que causarle miedo, este juego le divertía. Sobre todo por que ni siquiera imaginaba quien era esta niña, quizás alguna admiradora, quizás solo una pervertida que se había colado en su casa.

Sin imaginarse siquiera que pasaría, del fondo empezó a sonar una exquisita y sensual música. American Woman. La reconocía a leguas. Le encantaba esa canción.

Cerró los ojos y saboreó el instante de paz y relajo con la canción. Pero no imaginó jamás a quien acompañaba la canción.

Una mujer joven lo miraba desde la puerta.
Vestía una minifalda de tablas y un portaligas negro. Jamás había visto piernas mas hermosas. Larguísimas, contorneadas, como si fueran parte de un sueño erótico de Manara.
Botas de latex negro, con un tacón alto. Pero lo que le llamaba mas la atención eran sus senos. Realmente grandes, sus pezones se apoderaban de la blusa blanca que llevaba, sin sostén, cada vez que esta se rozaba con la tela.

Su cara era imperceptible. Llevaba una máscara dorada, que cubría su rostro completo. Su cabello largo suelto, jugaba cayendo sobre sus enormes y duros senos.

La mujer parecía flotar al ritmo de la música. Se movía, como si un amante invisible la estuviera sujetando.

Giraba una y otra vez, bailando sensualmente, moviendo su cabello, y tocando sus piernas, sus muslos, bajando sus dedos por su rodilla hasta que se perdían en el borde de su liga.

-Eres hermosa… -susurró él, mientras mordía sus labios –déjame poseerte.

Ella parecía poseída y no lo escuchaba. De pronto, dejo caer la falda negra al piso. Un calzón diminuto quedo a la vista de él. Sus nalgas, apretadisimas, hacían que el calzón negro se perdiera entre ellas.

La joven, seguía bailando, una y otra vez, hasta que empezó a hundir sus dedos en la superficie de su calzón  jugueteando con su vagina húmeda.

Los ojos de él parecían salirse, su excitación era gigante, y su pene permanecía erguido, húmedo, deseoso de abrir a esa muchacha en dos.

De pronto, la joven alcanzo un jarro con agua. ¿Qué haría con eso? La respuesta no se hizo esperar.

 Lo dejo caer sobre sus pechos y estos quedaron completamente adheridos a la tela de la blusa, que mostraba los traviesos pezones duros cada vez mas erguidos.

El no era capaz de decir palabra. Parecía una diosa, no podía ser humana una mujer así.

La joven pareció darse cuenta de la presencia de su rehén. Y se acercó a él. Parecía flotar con tal sensualidad, y dándole la espalda comenzó a bajar el travieso calzón que se metía entre sus nalgas.

Lo bajó con mucho cuidado, hasta que llegó al suelo. En ese momento, abrió sus piernas y comenzó a masturbarse enfrente de él.

-Súbete sobre mí –dijo él, con un hilo de voz – Ya no aguanto, por favor, súbete.

Ella no hablaba nada.
 Sólo se quitó la blusa y dejo ver ese par de enormes senos erguidos, durísimos, deseosos de ser apretados, lamidos, succionados.

La jovencita, que se encontraba solo con su portaligas y sus botas, se subió sobre él, pero no precisamente en su vientre, si no en su cara, dejando su húmeda y rosada vagina a centímetros de la boca de él, que luchaba por lamerla.

Sin piedad comenzó a masturbarse suavemente, hasta que quedo muy húmeda. Rozaba su clítoris una y otra vez, mientras él la miraba extasiado.
 Se metía los dedos una y otra vez, gimiendo fuertemente, mientras él la miraba como loco. Los orgasmos de la chica lo tenían a mil, mientras sentía como caían sus deliciosos jugos sobre su cara.

-Déjame penetrarte y te mostrare que es el placer –decía jadeando, pero ella hizo oídos sordos y una vez que sintió su orgasmo, se bajo, agarro su ropa y se fue.

No podía creerlo. La chica lo dejo así una vez más, adolorido, con su pene a punto de explotar, húmedo, deseoso a mas no poder. No podía hacerle esto. Torturarlo así, no era humana, de seguro.

-Maldita traviesa –murmuró entre dientes y cerró los ojos, furioso.

Despertó cuando amanecía y sintió unos labios en su miembro, que jugaban con él una y otra vez.

-Déjame acabar, te lo ruego –dijo él- te deseo demasiado.

-Aquí tú no tienes ni voz ni voto Jean claude–dijo la muchacha –dijiste, ¿Cuáles son tus perversiones? Pues estas son. Torturarte así, producirte el placer máximo. Y aún no estas listo para sentirlo…

-Eres.. –dijo gimiendo- la chica… esa chica del otro día…

-Me llamo Ailen–susurró ella, mientras lo masturbaba una y otra vez- Tu chica pervertida…

-Déjame penetrarte, te deseo demasiado… -dijo él, casi al borde del orgasmo.

-No. –dijo ella, y se detuvo de golpe.

-¡Noooo! –dijo él, dando un alarido.- ¡Maldita! Eres una maldita…

Ella no contesto. Comenzó a cocinar y el olor a comida lo revivió  La chica se acerco con un plato con sopa y comenzó a alimentarlo.

-Eres una maldita… -dijo él, aturdido por la comida caliente.

-¿Y tú no? –dijo ella, sonriendo- Fuiste un maldito perro que me violó. Que quería saber cual eran mis mas ocultas perversiones. Y aquí las tienes. Quiero ver que lances chorros y chorros, que tengas el mayor orgasmo de tu vida, que quedes extasiado sin ganas de cogerte a nadie mas… solo a mi. ¿Entiendes? Eres mio. De nadie mas. Mio. Sólo yo tengo derecho a tocarte y tener sexo cuando lo desee. Nadie te tocara nunca mas. ¿Entiendes eso?

-Estas loca, mujer – rió el- estas enferma. Ahora suéltame, y déjame darte una buena lección.

-Pues querido Jean espera a que caigan rayos en tu cabeza. Ni sueñes que te soltare algún día –dijo ella.

Así, él perdió la cuenta de cuantos días estuvo encerrado sintiendo esa espantosa tortura de aquella muchacha. Cada día que lo tocaba el deseaba descuartizarla y violarla hasta que la matara de tanto placer. Pero un día, una de sus ataduras cedió.

Soltó una mano y luego la otra. No podía creerlo. Libre al fin. Pero ella no debería saberlo. Ahora era turno de hacerle pagar de tanta tortura.

Así apareció la muchacha, como todas las tardes, a comenzar sus perversiones una vez mas.

Se acerco a él y comenzó a acariciarlo. Rozaba el pene de él contra el clítoris de ella, muy suavemente, mojando los labios de su vagina con la mezcla de semen y jugo.

-Estas muy duro –se quejo ella- quizás hoy es día de premiarte por eso…

De pronto, comenzó a acariciar el glande de él con su mano. Lo movía muy suave por la entrada de la vagina, jugueteando a penetrar, pero muy delicadamente.

Él, ya estaba demasiado excitado.
Y sin pensarlo dos veces, la agarro de las caderas y la perforo hasta el fondo.

-¡Ahhhhhhhhhhhhhhh! –la muchacha dio un grito, entre asustada y excitada - ¿pero como?

El la dio vuelta y quedó encima de ella. Comenzó a penetrarla cada vez mas fuerte, omitiendo los quejidos y las suplicas de la muchacha, mientras con los dedos le penetraba fuertemente el ano.

-¿Te gusta, verdad? ¿Te gusta que te trate como una zorra, verdad? Eso eres… una puta, una zorra… -le decía él, mientras le daba mas adentro con cada empujón.

-Ahh.. no.. déjame… -se quejaba ella, pero parecía disfrutarlo.

-No finjas, te gusta… lo se… ¿verdad zorrita?

De pronto, y sin piedad, la penetro por el ano, una y otra vez, sintiendo su cuerpo retorcerse, de dolor y placer.

Los orgasmos de ella, comenzaron a hacerlo acabar a él también
 Los largos chorros de semen llenaban el ano de la chica, mientras ella lo apretaba contra sí, susurrando:

-Te amo… te amo…

El la beso en el cuello, mientras seguía llenándola de semen, la espalda, la vagina, el ano.
 Era la mujer perfecta. El cuerpo de ella aguantaba todos sus mas extraños deseos, era increíblemente deseable, torturadora, exquisita.

Así se quedo dormido junto a ella. Ya se habían acabado los juegos sexuales con las demás mujeres. Había encontrado lo que siempre deseo, su mujer, el amor de su vida.
La que siempre quiso someter, la niñita que cumplía sus fantasías.



Autor: Jean Claude Lutz

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