Cassy

Ellos la cambiaron.
Se encargaron de hacerla como ellos querían, robando su humanidad.

 Cassandra se sentía horrible, sentía que estaba condenada, pero no tenia el coraje para matarse.

 Cassy vagaba por las calles de Chicago, recordando las palabras del hombre mientras entraba y salia de la inconsciencia: "el sujeto 019 responde satisfactoriamente al suero KIV" "señor el sujeto esta listo para ingresar a la cámara" luego venia el otro recuerdo, el que la hacia temblar : "¡ código rojo! ¡tenemos un problema aquí! ¡el sujeto esta enloqueciendo!¡es un monstruo!" "¡ayuda! mato a tres doctores 'esta incontrolable!¡se escapa sujétenla!" y luego los gritos.
 Gritos de mujeres y hombres de todas las edades.
 Ella los había matado en un parpadeo.
 Los había odiado a todos por igual.
 La habían torturado e inyectado cosas que ni ellos podían nombrar.

 Recordaba la excitación que había sentido al matar a cada científico que se cruzaba frente a ella mientras escapaba de las instalaciones del laboratorio hacia su libertad, a cada guardia y policía que se atrevía a intentar detenerla.

 Era una asesina que había disfrutado del frenesí de placer al despedazarlos y la adrenalina corriendo su corrompida sangre.

 Cassy miro sus manos.

 Había pasado casi un mes desde que pudo escapar, pero aun podía ver la sangre de cada persona que asesino en ellas, parecía un recordatorio de lo que hizo.
 Parecían acusarla, diciendo que ella era tan asesina como aquellos a los que mato.

   Un gruñido de angustia retumbo en su garganta.

 En sus manos crecieron garras, filosas garras asesinas y los caninos estallaron en su boca dolorosamente, haciéndola estremecer.
 Sin mirarse, Cassy sabia que su piel tenia manchas café.

 Manchas de jaguar.

 Habían experimentado con ella.

  La habían transformado en una mujer jaguar.
  Sus sentidos se realzaron:
  Tenia mejor su vista, viendo como si fuera de día en la mas negra y oscura noche.
 Su audición, que captaba hasta el batir de las alas del insecto mas pequeño, el ruido de las hormigas al caminar, todo.
   Los bellos finos y casi invisibles de su cuerpo, actuaban como los bigotes de un felino, eran sensibles y le alertaban del peligro, la ayudaban a orientarse.
  Tenia mejor equilibrio, era veloz y ágil, pero, ¿de que servia todo eso si era una asquerosa maquina de matar?
 Sabia que era un experimento, muy posiblemente del gobierno.

 Su estomago rugió, sus sentidos se alertaron.

 Era hora de cazar.

 Cassy no elegía cualquier tipo de victima.

 No.

 Ella elegía criminales, vendedores de droga, ladrones, matones y a unos metros de ella, había uno, esperando a su victima.

Pobre infeliz.

 Por propia voluntad se metió al asqueroso callejón, lleno de basura maloliente, de las ratas moviéndose por el asqueroso suelo.
   Podía oler la basura, y también los deshechos humanos, orina y materia fecal.
    Era obvio que había un "baño" de vagabundos allí.

 Se movía con la destreza de un felino, sigilosamente, siempre alerta, no quería ojos curiosos sobre ella, evitaba los lugares con publico o donde hubieran cámaras que pudieran grabarla y causarle problemas que no deseaba.

 Cassy era consciente de ella como mujer, con sus 172 cm de alto, su cuerpo delgado con buenas curvas, su pelo rubio cobrizo, sus labios rellenos, sus ojos color almendra que en la noche parecían ojos amarillos de un gato.

 Desde que huyo, a cassy le gustaba usar ropa cómoda, así que esta noche tenia un traje de cuero que estaba compuesto por dos partes, un pantalón negro ajustado y sexy, y un top rojo de cuero, sus botas de plataformas altas no le impedían correr.

 Como mujer era hermosa, una de las únicas cosas que conservaba de cuando era una tonta humana arrogante y codiciosa.

 Gruño y abrazo a la bestia que habitaba en ella, su bestia, convirtiéndose en el monstruo que era. Su victima excitada y drogada por el Crack, la vio caminar dudosamente entre la basura, creyendole cuando ella fingía terror y angustia, se abalanzo hacia ella por la espalda, sujetándola del cuello y tocando sus senos, dispuesta a violarla.

 Tenia un cuchillo contra el cuello de cassy.

 Ella se dejo arrastrar hacia la pared del callejón mientras el intentaba desvestirse a si mismo y a ella.

 -Que bonitas piernas ramera-le susurro al oído, ella se asqueo del aliento pútrido del idiota, del sonido de sus jadeos, de su olor.

 -Si, que bonitas piernas patea traseros tengo-gruño ella y se dio vuelta, dándole una patada en el estomago, su victima se doblo del dolor y ella se quejo, odiaba que no le dieran pelea, no era para nada divertido matarlos si no luchaban por sus patéticas vidas- vamos cretino, pelea ¿o ya no quieres a esta ramera?-lo acuso y el se abalanzo a ella, mientras ella iba por el.
 Colacionaron en el aire, pero cassy, como todo felino, ataco a la yugular, hundiendo sus dientes en su cuello y robando su desperdiciada vida.
 Su victima soltó un sonido estrangulado mientras se entregaba a los brazos de la muerte.
 Logro clavar el cuchillo entre las costillas de cassy, pero ella sin soltar del todo a su victima, logro arrancárselo e inmediatamente comenzó a sanar.

 Una vez que termino, se cargo el cuerpo a los hombros y corrió con el a cuestas.

 Corrió hasta un basural donde se deshizo del cadáver, quemandolo hasta los huesos y luego desparramando las cenizas, borrando toda evidencia que la pudiera culpar.

 Cassy soltó un lamento derrumbándose en el asqueroso y sucio suelo, lleno de mugre y chacos pegajosos, y allí lloro a quien una vez fue mientras los primeros rallos rojizos del sol la alumbraban, dándole un aspecto fantasmal, un bello aspecto fantasmal.

 Pero cuando recordó todo lo que perdió, su pequeña hijita ally y su esposo john, asesinados por los mismos que la asesinaron a ella, la vida feliz que una vez tuvo, rujió, se paro y comenzó a correr. Si no podía matarse a si misma, mataría a cada persona que lo mereciera. No quería ser una especie de heroína, como la mujer maravilla, ella solo quería justicia. justicia por lo que le hicieron.


 -sucubita

El Payaso Asesino

El lector que a partir de ahora va a adentrarse en la historia real de John Wayne Gacy descubrirá que el mal humano se esconde en lugares todavía menos accesibles que una arteria cerebral colapsada, la que tenía Gacy desde que se cayera en el jardín de su casa cuando era niño y que, según algunos expertos, transformó su cerebro en una mente psicopática.

 Quizás el mal anide en las entrañas del alma de algunos hombres que parecen, pero sólo parecen, buenos. No cabría otra forma de calificar a un ciudadano tan ejemplar como John.
 Era un eficaz hombre de negocios, dedicado plenamente a hacer crecer su empresa de albañilería y decoración, a cuidar de su casa, a amar a su segunda esposa y a cultivar las relaciones sociales.

El tiempo libre siempre lo dedicaba a los demás: organizaba las fiestas vecinales más famosas del barrio, se vestía de payaso y amenizaba las tardes de los niños ingresados en el hospital local. Incluso fue tentado por la política y se presentó como candidato a concejal.

Y lo habría llegado a ser si no se hubiera cruzado en su camino el joven Jeffrey Rignall y su tenaz lucha por la supervivencia. El 22 de mayo de 1978, Rignall decidió salir a tomar unas copas en alguno de los bares del New Town de Chicago.
Mientras paseaba, ya de noche, un coche le cortó el paso. Un hombre de mediana edad y peso excesivo se ofreció para llevarle a la zona de bares más famosa del lugar. Rignall, osado, despreocupado, acostumbrado a viajar haciendo auto stop y, sobre todo, harto de pasar frío, aceptó la invitación sin sospechar que aquel hombre, en un descuido, le iba a atacar desde el asiento del conductor y a taparle la nariz violentamente con un pañuelo impregnado de cloroformo.

 Con el hígado reventado por el cloroformo Lo siguiente que Rignall pudo recordar fue la imagen de su nuevo colega desnudo frente a él, exhibiendo una colección de objetos de tortura sexual y describiendo con exactitud cómo funcionaban y cuánto daño podrían llegar a producir. Rignall pasó toda la noche aprendiendo sobre sus propias carnes mancilladas una y otra vez la dolorosa teoría que su secuestrador iba explicando.

 A la mañana siguiente, el joven torturado despertaba bajo una estatua del Lincoln Park de Chicago, completamente vestido, lleno de heridas, con el hígado destrozado para siempre por el cloroformo, traumatizado… pero vivo. Tenía el triste honor de ser una de las pocas víctimas que escaparon a la muerte después de haber pernoctado en el salón de torturas de John Wayne Gacy. En sólo seis años, 33 jóvenes como él vivieron la misma experiencia, pero no pudieron contarlo.

A veces, el camino hacia el mal es inescrutable, se esconde y aflora, parece evidente y vuelve a difuminarse. Toda la vida de Gacy resultó una constante sucesión de idas y venidas. Fue torpe en los estudios, se matriculó en cinco universidades y tuvo que abandonarlas todas; sin embargo, terminó su último intento de estudiar Ciencias Empresariales y se licenció con brillantez. Hasta llegó a ser un hábil hombre de negocios. Se enroló en cuantas asociaciones caritativas, cristianas y civiles pudo, pero mantuvo una oscura relación con su primera esposa, llena de altibajos y cambios de temperamento. Tuvo dos hijos a los que amó y respetó, sin que eso nublara un ápice su eficacia para atraer y matar a otros adolescentes. Resulta, incluso, paradójico que un hombre obeso y aquejado de graves problemas en la espalda fuera capaz de atacar, maltratar, matar y enterrar a jóvenes llenos de vigor. Pero lo hizo una y otra vez, hasta en 33 ocasiones. De día actuaba como el "Payaso Pogo" para niños enfermos hospitalizados.

  Algunos detalles premonitorios

 Pero si fue doloroso encontrar los cadáveres de 33 jóvenes incautos, peor resultó saber que su asesino ya había dado muestras de lo que era capaz de hacer. Poco después de casarse por primera vez, comenzaron a circular insistentes rumores sobre la tendencia de Gacy a rodearse de jóvenes varones. Rumores que sus vecinos vieron confirmados cuando el amable John fue acusado formalmente por un juez de violentar sexualmente a un niño de la ciudad de Waterloo. Él siempre sostuvo que las acusaciones no eran más que un montaje creado por el sector crítico de una de las asociaciones cívicas a las que pertenecía. Pero cuatro meses más tarde, la mesa del juzgado recibía la documentación de una nueva denuncia. La propia víctima del supuesto ataque sexual había sido apaleada.
 El agresor, un joven de 18 años con dudosa reputación, declaró que fue Gacy quien le pagó para escarmentar al niño que le acusaba.

 El caso estaba claro: Gacy fue sentenciado a 10 años de prisión en la penitenciaría de Iowa. La historia de un asaltador de menores parecía tocar felizmente a su fin…, cuando en realidad, no había hecho más que empezar. Incomprensiblemente, Gacy salió de la cárcel un año y medio después, aireando un indulto concedido en atención a su buen comportamiento y las "evidentes muestras de reforma dadas por el reo". El juez no tuvo duda de que aquel preso de 27 años se había transformado en otro hombre: lo que no supo hasta tres años después es que el nuevo John Wayne Gacy era aún peor.

Gacy no sólo se las arregló para engañar al juez, también engañó a los vecinos de Sumerdale Avenue que lo acogieron en su segunda vida; a Lillie Grexa, una mujer divorciada y madre de dos hijos que se enamoró de él y aceptó su propuesta de matrimonio; a los clientes de una brillante empresa de reformas de albañilería que él mismo montó y, lo que es peor, a decenas de jóvenes varones que acudían a casa de Gacy bajo la promesa de un trabajo bien remunerado como albañiles.
  Un jardín que olía demasiado mal
 La vida social del hombre que los fines de semana se vestía de payaso para entretener a los niños enfermos en varios hospitales subía como la espuma

. Dos de sus fiestas más sonadas, una al estilo "vaquero" y otra hawaiana, llegaron a congregar en su casa a más de trescientas personas. Todas regresaron a sus domicilios comentando dos cosas: lo agradable que era aquel ciudadano regordete, bonachón y trabajador y lo mal que olía su jardín. Porque era la comidilla del barrio que un terrible hedor fluía por las calles cercanas a la casa de Gacy y su segunda esposa. Ésta estaba convencida de que bajo las cañerías de su casa había algún nido de ratas muertas. Él aseguraba que el olor se filtraba desde un vertedero cercano y siempre estaba posponiendo una supuesta visita al ayuntamiento para tratar de arreglar el problema.

Ningún vecino supo reconocer el tufo de los restos humanos, por eso, ninguno llegó a sospechar el acontecimiento que estaba a punto de sacudir la armoniosa vida de Sumerdale Avenue. En diciembre de 1978, la madre del joven de 15 años Robert Piest empezó a impacientarse al ver que no regresaba del trabajo. El chico se ganaba un dinero extra ayudando en una farmacia, y estaba a punto de entrevistarse con un tal Gacy que le había ofrecido mejorar su situación si trabajaba como albañil para él. La desaparición de Robert fue puesta en conocimiento del teniente Kozenczak del departamento de policía de Des Plaines. Entre sus pesquisas, el agente hizo una llamada a Gacy, ya que su nombre aparecía entre los papeles del chico. Por supuesto, el ciudadano Gacy no acudió a la cita (se excusó diciendo que estaba enfermo), pero se presentó voluntariamente en la comisaría al día siguiente.

Para entonces, el teniente se había encargado de estudiar el historial penal de aquel hombre (sentenciado e indultado por asaltar a un menor). Aunque Gacy negó cualquier relación con Piest, la policía logró una orden de registro de su domicilio en la que se incautó del más completo arsenal de instrumentos de tortura jamás visto en la región. Pocos días hicieron falta para lograr que Gacy confesara y entregara a la policía un detallado plano del jardín de su casa, en el que había marcado los lugares donde yacían los 33 cadáveres.

En su declaración final, la vida del payaso asesino pareció sacada de una película de terror. Durante el juicio, Gacy aseguró que existían “cuatro John: el contratista, el payaso, el vecino y el asesino y constantemente respondía con las palabras de uno y de otro”. Lo que no pudo explicar fueron los motivos que le llevaron a dejar con vida al joven Rignall, cuya declaración sirvió para mandar al criminal a la camilla donde se le aplicó una inyección letal el 10 de mayo de 1994. Sus últimas palabras fueron : “¡Besadme el culo!”

La oscuridad.


Como siempre, Julia sólo pulsó el botón de stop del vídeo cuando.
Desaparecieron los últimos títulos de crédito de la película y la niebla se apoderó de la pantalla. Una vaga inquietud comenzó a apoderarse de ella. No tendría que haber visto una película de terror a horas tan tardías. Eran más de las doce y no le quedaba más remedio que acostarse y apagar las luces. Estaba sola en casa, a excepción de su hijo pequeño, que dormía plácidamente en la pequeña cama de su habitación. Su marido tenía turno de noche en la fábrica y no volvería hasta las siete de la mañana. Se había sentido aburrida y había puesto la película, una historia de muertos vivientes que la había impresionado más de lo que ella pensaba.


La película duró más de la cuenta y ahora ella no tenía más remedio que apagar las luces y acostarse sola; tenía que levantarse temprano para ir a trabajar, iba a ser un día muy atareado, y no podía demorar más tiempo el momento de apretar el interruptor. Miró el reloj y la cama vacía e intentó borrar de su mente el oscuro temor de siempre a la oscuridad, a dormir sola, al espacio vacío debajo de su cama, a los armarios que, a esas horas de la noche, parecían ominosos y amenazadores. Uno de ellos tenía una puerta levemente abierta. La cerró del todo. Esa rendija de oscuridad siempre la había asustado, le parecía que, de repente, la rendija comenzaría a ampliarse, provocada por una mano invisible que empujaba la puerta.



Notó como su pulso se estaba acelerando. No tenía que haber visto esa película. Lo que le había parecido entretenido a las diez de la noche, cuando podía oír las animadas conversaciones de los vecinos que le llegaban por la ventana entreabierta, ahora le parecía terrorífico. El silencio se extendía por todo el edificio y ella casi podía notarlo como un zumbido sordo y constante en sus oídos. Por fin, decidió irse a dormir y desterrar de su mente todos esos absurdos temores. No obstante, no pudo evitar cumplir con su inevitable ritual. Antes de apagar las luces miró debajo de la cama. Como siempre, nada. Nunca había encontrado nada que la pudiera intranquilizar, pero jamás, desde su infancia, había dejado de echar un vistazo.

Aunque su marido se reía de sus miedos y, al principio, había intentado deshacerse de esa manía, con el tiempo la había aceptado como una pequeña excentricidad y, salvo alguna broma ocasional al respecto, la había dejado por imposible.


Después, lo de siempre. 

Se dirigió hacia el interruptor de la luz, lo apagó y, corriendo, se quitó las zapatillas y se metió en la cama, tapándose a continuación la cabeza y sintiendo su corazón latir algo más rápido de lo acostumbrado. La oscuridad la aterrorizaba. Intentó concentrarse en pensamientos alegres, su marido besándola por la mañana cuando llegara, su hijo de un año y medio despertando y buscándola; pero era imposible. 
Cuando dormía sola, antes de que el sueño se apoderase de ella, solamente miedos oscuros e ideas terroríficas venían a su mente.
Solamente podía pensar en manos que la cogerían por los tobillos desde debajo de la cama, en la puerta del armario abriéndose con un crujido siniestro para dar paso a un ser de pesadilla... Sus manos atenazaban el borde de las mantas, rogaba que el sueño le sobreviniese pronto y despertar, como siempre, en la habitación bañada de luz.


Supuso que había pasado una media hora cuando comenzó a invadirla aquella agradable paz y tranquilidad, la flojedad en sus miembros y su mente que ella siempre identificaba con la llegada del sueño salvador. 

Pero algo hizo que esa sensación desapareciese bruscamente. Oyó un ruido debajo de la cama. Su corazón comenzó a latir cada vez más deprisa, su boca se abrió, pero no pudo gritar. 
Pensó en un ratón, algún pequeño animal que caminaba por el suelo y que desaparecería en cualquier momento. Se aferró a esa idea con desesperación, para darse cuenta con un infinito de que aquel ruido no podía causarlo ningún vulgar ratoncillo. 
Eran unos siniestros crujidos, seguidos de una espantosa caricatura de respiración, algo así como el ruido que emite un asmático en una crisis, un espantoso y cavernoso gorgoreo. 
La mente de Julia comenzó a escapar hacia las regiones oscuras de la locura y el espanto infinitos. Aquello estaba crujiendo debajo de su cama, moviéndose siniestramente en la oscuridad, y aquel sonido de respiración parecía casi humano. 
En cualquier momento una oscura garra surgiría de debajo de su cama y atraparía su mano agarrotada por el terror, y algo monstruoso caería sobre ella. 
¡Ahora, ahora, ahora! Esta palabra se repitió en su cabeza cada vez más deprisa, mientras Julia esperaba el momento fatídico, mientras su corazón latía desbocado, amenazando con estallar. ¡Ahora, ahora, ahora... 


El marido de Julia nunca logró olvidar lo que vio en su dormitorio cuando volvió de trabajar. Sus tremendos gritos de horror despertaron a todo el vecindario. Seguía gritando enloquecido cuando los vecinos, tras forzar la puerta de su piso, lo encontraron. 

Su mujer yacía boca arriba en la cama, los ojos espantosamente
abiertos, las manos contraídas y agarrotadas aferrando el borde de las sábanas.

Muerta. Muerta de miedo.


 Pero no menos horroroso fue lo que encontraron debajo de la cama. Un pequeño cuerpo asfixiado que, gateando, había ido a enredarse en unos plásticos, muriendo asfixiado tras una horrible agonía. ¡Su hijo pequeño, muriendo ahogado bajo la cama de su madre que moría de terror!.

La Fabrica Del Demonio...

Las linternas proyectaban su haz de luz en la nave desierta. Los dos vigilantes escudriñaban el rincón donde uno de ellos había escuchado un ruido.

 —¿Ves algo?
 —No, nada. Creo que empiezas a estar obsesionado.
 —Es porque tú eres nuevo, Marcos, seguramente si supieras lo mismo que sé yo…
 —¡Cuenta, cuenta! —le apremió el novato.

 Enrique bajó el tono de voz y le informó a su compañero: —¿Sabías que llevamos, entre los que hacemos esta ronda, más de seis bajas por depresión? Marcos puso tal rostro de sorpresa, que su compañero comprendió que no debía estar al corriente de la situación. Enrique prosiguió relatando la historia… —Antonio, por ejemplo, me comentó que padecía estrés debido a los ruidos que se oían por la noche; parecían los lamentos de un hombre que, a veces, derivaban en silbido… Pero lo más traumático llegó cuando escuchó la respiración de una persona muy cerca de su oído y hasta llegó a sentir el calor de su aliento.

 —¡Joder, Enrique!… ¡Es para acojonarse! Pero bueno, ¡sigue!, ¡sigue! —Marcos estaba cada vez más inquieto.

 —¿Tú sabías que en esta fábrica estuvieron mucho tiempo sin sufrir ningún robo? Lo más curioso es que siendo uno de los barrios más peligrosos, no tenían a nadie para protegerla. Según una leyenda que circula desde hace tiempo, el dueño de la fábrica hizo un pacto con el diablo nada menos, para que no ocurriese nada en estas naves. Al parecer, Lucifer aceptó el trato y envió un perro horrible, con las fauces de un monstruo y la envergadura de un caballo que arrastraba sus mugrientas garras por cada rincón de este horrible lugar. El trato no fue gratuito. A cambio, Lucifer exigió el alma de un vigilante al año. Cada doce meses el propietario de la fábrica contrataba a un guarda nocturno y a los pocos días… ¡Lo encontraban muerto!

—Lo único que me dijeron al respecto es que la empresa ha cambiado de dueño… ¿Es verdad? —preguntó Marcos intrigado.

—Sí, en efecto, y por eso hace dos años que no encuentran el cadáver de uno de los nuestros, pero lo cierto es que los extraños sonidos se siguen escuchando. Un nuevo ruido alertó a Enrique que, automáticamente, dirigió hacia ese punto el foco de luz de la linterna intentando descubrir de dónde provenía. Se acercó al rincón iluminado pero no advirtió nada anómalo. El silencio reinante comenzó a inquietarle.

 —¿Marcos? ¿Estás ahí? Nadie le respondía. Enrique enfocó un bulto en el suelo, justo en el lugar donde estuvieron unos segundos antes. Al acercarse descubrió con horror que los ojos de su compañero miraban al vacío. Le cogió la muñeca derecha para comprobar el pulso. No cabía duda. ¡Marcos estaba muerto! Lo que más impresionó a Enrique es que su compañero estaba cubierto de rasguños y rasgaduras. Era como si una enorme bestia lo hubiera atacado con sus afiladas garras.

   autor no conocido

El Rompecabezas



Una familia de tres (el hijo era adolescente, los padres lo habían tenido a edad madura) adquirió un rompecabezas de madera en una tienda de antigüedades. Armar rompecabezas era su pasatiempo favorito; solían jactarse de haber completado, a veces en una noche, paisajes y demás figuras de más de mil piezas. 

Eran los típicos rompecabezas comerciales, que en la caja exhiben la imagen que se alcanzará luego de acoplar pieza tras pieza.


En esta ocasión, notaron que el rompecabezas que comprarían parecía datar de hacía mucho tiempo, quizá un siglo, y que no había forma de saber a qué imagen llegarían. El dependiente, un anciano de modales afectados y aparente sabiduría, trató de disuadirlos de comprar aquello, no porque no quisiera venderlo, sino por lo que él había escuchado al respecto. Pero la familia estaba demasiado embelesada como para prestar atención a consejas de viejo; entreoyeron frases como “se termina en una noche”, “el resultado es más que una sorpresa”, etc.

Pero no les dieron importancia. Asintieron al enterarse de que, al parecer, su creador había sido un criminal ejecutado en Baviera por crímenes singularmente horribles.


Llegaron a casa, el día declinaba, todo parecía propicio para comenzar. 

Apartaron la mesa de dentro de la sala, se remangaron y pusieron manos a la obra. 
Al principio hablaban entre sí, pero poco a poco se hundieron en el silencio. 
Les urgía saber en qué acabarían sus esfuerzos. 
Esperaban dar forma a un castillo, un paisaje campestre o, en todo caso, una famosa pintura.
Se obsesionaron con terminar. Las piezas de madera, exquisitamente fabricadas y aparentemente infinitas, pasaban precipitadamente por sus manos y se iban incrustando en el lugar correspondiente.
La familia tenía una mascota, un perro faldero, que ladró numerosas veces al escuchar ruidos; pero sus dueños, excesivamente concentrados en su tarea, ignoraron las advertencias del animal.
Pese a que cada vez era más evidente lo que representaba el rompecabezas, alguna fuerza inexplicable les impedía suspender la actividad. 


Ya se habían reconocido, incluyendo al perro en las figuras formadas, y quizá la curiosidad era la los movía a completar la obra para saber si en la escena aparecía alguien más.



No apareció nadie. 



Al día siguiente, una vecina llamo a la policía, ya que no había visto al adolescente toby ir al colegio, ni a sus padres haciendo sus deberes o yendo a trabajar.

La policía entro por la fuerza a la casa, ya que nadie respondía a los insistentes llamados realizados.
Al entrar en la casa se llevaron una sorpresa.


Los cadáveres (brutalmente mutilados) de la familia y la mascota fueron hallados en la cocina, reproduciendo perfectamente el rompecabezas que terminó adornando el centro de la sala. 

La policía fue incapaz de deducir lo ocurrido y, desde luego, jamás encontró al responsable.
Dicen que el rompecabezas desapareció del almacén de evidencia, y que aun no fue hallado.
Si armas un rompecabezas misterioso y que como resultado final, aparezcas en el, debes destrozarlo con fuego, no lo termines, o compartirás el destino de esta tranquila familia.





anónimo

Dolor y Miedo


Yo siento solo siento 
Dolor y miedo

Yo siento solo siento
ese vacío infernal

Yo siento solo siento
Una terrible soledad

Ya nada importa
Todo me da igual

Porque solo siento
Dolor y miedo

Todo da igual
Y nada da igual

Si pudiera sentir
Si me pudieran amar

Si no solo miedo
Dolor y soledad

Poder confiar
Poder amar

A la muerte dejar
De implorar.

Y nunca jamás
Volver a llorar.

Pero Yo solo siento
Dolor y miedo

Sola lo siento.



De la época oscura de una servidora, Sfng

Instinto Animal


Una vida perfecta. Un matrimonio perfecto. Ambos con trabajo y de momento con ningún hijo pero con planes de futuro para ello. A él le acababan de ascender en la oficina y a ella no le iba nada mal en la tienda de moda… Vivían en el centro de la ciudad y se desplazaban en metro para ir a trabajar.

Un día recibieron una llamada que el padre de ella había tenido un accidente con el coche. Ya mismo se le caducaba la licencia de conducir por la edad, pero días antes no se pudo evitar la tragedia. No murió afortunadamente, pero perdió mucha visibilidad más del 85%. Ella era hija única así que tendría que ocuparse ella de cuidar a su padre, es decir, se ocuparía el matrimonio. Pensaron ponerlo en una residencia pública pero hay años de lista de espera, una privada no se lo podían permitir… solamente quedaba la opción de tenerlo en casa.

Un día volvieron del trabajo y estaba la cocina quemada, él intentó cocinar y con la poca visibilidad que tiene casi quema la casa, junto a la cocina. Suerte que un vecino vio el fuego por la ventana, picó al anciano y le ayudó a apagarlo. Un poco más y tuvieron que haber venido los bomberos aseguró el vecino.

-No lo podemos dejar solo -dijo ella

- No, cariñete -dijo él.

-¿Qué hacemos?

Decidieron cambiarse los horarios de faena… uno trabajara de mañana y el otro de tarde… pero para ello él tenía que rechazar el ascenso y coger su antiguo puesto… el trabajo de ella no permitía cambios de horario ni el puesto de él en ascenso…

De repente un odio empezó a crecer en ella hacia su padre. Poco a poco el odio se iba creciendo cuando se daba cuenta que no podía ver a su marido entre semana, que su vida perfecta había desaparecido, que los fines de semana que era cuando solía descansar ahora no podía… A la vez se sentía culpable porque era su padre, le quería pero a la vez le odiaba por haberle fastidiado estos años de matrimonio mientras su padre siguiera vivo.

Esas palabras se repitieron en su mente…”mientras siguiera vivo”…”mientras siguiera vivo…”… No podía creerse en lo que estaba pensando pero estaba desesperada con esa situación.
Un día cogió un cuchillo de cocina y con lágrimas en los ojos apuñaló a su propio padre en el vientre, al hombre que le dio vida, que le cuidó, que le educó y que le crió. Con las manos y los brazos manchados de sangre solamente dijo “lo siento papá”.

Momentos después llegó su marido de trabajar y al ver la situación se le cayeron las llaves al suelo y dijo ¿Pe..per…pero qué has hecho? Ella respondió: No lo sé. Él se quedó petrificado en la puerta de entrada sin saber qué hacer y ella se tumbó encima del cuerpo de su padre ya sin respiración.
Una vecina alertó a la policía de los gritos del anciano mientras le acuchillaban y la policía se presentó ahí en menos de 20 minutos y en 30 ya estaban interrogándola pasa ser detenida. Fue directo a la cárcel. Habría juicio inminente.

En el juicio salió culpable.

Ella no volvió a ver a su marido desde del día del juicio. Pensó que después de lo que había hecho ya no le querría, ya no le aceptaba, ya no le amaba. Entró a la cárcel de mujeres. Pasaría muchísimos años allí.
De compañera de habitación tenía a una rata de biblioteca. No paraba de estudiar y sacarse títulos a través de Internet  saldría pronto de la prisión ya que lo suyo fue homicidio involuntario. No hablaba mucho… solamente le dirigía la palabra para pedirle que no hiciera ruido…
El problema que tenía ella en la cárcel es que echaba de menos el sexo. No había mucha intimidad tampoco para saciarse una misma…

Todo cambió cuando de nueva compañera entró una aspirante a actriz porno. No sabía porque estaba allí pero de repente ella se sintió atraída por ella. Siempre había sido heterosexual, pero sería falta de sexo y que la aspirante estaba muy buena así que se le despertó el lívido. En seguida se congeniaron bastante e incluso había atracción entre ellas. Pero al ser una prisión no tenían intimidad, aunque compartían celda.

Años más tarde entró una chica muy alta y se hizo enseguida amiga de ellas, aunque parecía ponerse algo celosa con la actriz porno en cuanto amistad. Había un triángulo amistoso un poco complicado. Había algo en ella un poco raro… Meses más tarde descubrieron que era transexual.

Meses después encarcelaron a una delincuente lesbiana asesina y en cuanto se enteró de la atraación que había entre ellas dos, a la hora del patio la violó y la apuñaló. Como ella apuñaló a su padre… La dejó moribunda en el patio…


Agonizando vio como se le acercaba alguien….Era su amiga transexual…

las últimas palabras que escuchó de su amiga transexual fue “te quiero… cariñete…”


Escrito por Desiré

Ahogando las penas

Copa en mano y lágrimas cayendo, recuerdos flotando y sonrisa fallecida, ¿Por qué ahogar las penas en la bebida? Tus manos ya no están aquí para retirarme la copa, tu boca ya no está aquí para hacerme reír, tus yemas ya no me pueden secar las lágrimas de los ojos.
Ahora dime, ¿Qué es lo ella te hace hacer tan feliz?, ¿La luminosidad de su contagiosa alegría?, ¿Sus ansias de deportividad? De mientras me quedaré yo aquí en este cuarto oscuro ingiriendo comida basura a la espera de la felicidad.



 Escrito por Desiré

Duerme niña, duerme



Aquella noche fue especial, nos reunimos alrededor de la televisión para ver la película del “matinée sabatino”. Y estaban por dar la película favorita de mis padres.

Luego de unos minutos comencé a cabecear, el sueño había llegado a mí, durante los comerciales mi padre me cargó hasta llevarme a mi cuarto. Sacó mi cuento predilecto luego de arroparme y antes de comenzar a leerlo, me preguntó  con su sonrisa.
— ¿Quieres mucho a ese peluche?
—Claro que si, es mi guardián.
—Me alegra saber que tienes alguien que te cuide cuando yo no puedo hacerlo.
Y finalmente, mis párpados se cerraron y la voz de mi padre dejé de oírla, hasta que el sueño me venció.

De repente me desperté, sintiendo que me faltaba el aire y al abrir mis ojos me percaté que me encontraba en una especie de mar. Recordé mis lecciones de natación y nadé hasta la superficie, solo para darme cuenta que mi cama seguía ahí, solo que ahora era tan grande, oscura e impredecible como el mar. A lo lejos escuchaba, como un eco, mi nombre y comencé a nadar buscando una orilla.

A lo lejos vi como una extraña forma se acercaba a mí, una especie de depredador, comencé a nadar con desespero a pesar de mi cansancio. Cada vez sentía a aquella bestia más cerca y mis extremidades más pesadas por cada brazada que daba.

Finalmente vi una luz, la cual señalizaba una escalera.

Di un salto evitando las fauces llenas de dientes de aquel depredador. No había escalones hacia arriba, solo hacía abajo y aquel ruido lejano se escuchaba más cerca, por eso decidí bajar a ver quien lo emitía.

El descenso fue extraño, fue como llegar a un recinto oscuro donde había torturas públicas y algunos gritaban sus deseos de ser los siguientes en aquellos extraños ritos. Pero seguía escuchando mi nombre cada vez más cerca, ahora sonaba como gemidos aquellos gritos.

Una persona con el torso desnudo y una máscara aterradora me tomó con violencia por mis tobillos, trataba de subir, de huir, pero los escalones ya no estaban ahí. Aquella multitud comenzó de nuevo con su extraña alegría de ver una tortura, otros estaban frustrados ya que un infante les quitó el puesto en aquella demente celebración.

Decir que tenía miedo, era quedarse corto, decir que era presa del pánico no era lo suficientemente cercano a aquel trauma, pero saber que nadie estaba para ayudarme me sumió en un dolor inexplicable. El maestro de ceremonias se reía al ver mi rostro con lágrimas mientras le mostraba al público  los instrumentos que usaría para torturarme. Acercó lentamente una daga a mi mejilla derecha, pero de nuevo el grito se hizo presente, de entre la multitud, la macabra alegría se convirtió en exclamaciones de una persona que se abría paso hasta donde me encontraba.

Aquella persona, herida en un costado, subió donde me encontraba, él era quien decía con toda su voz mi nombre, se encargó del maestro de ceremonias y salimos, buscando una salida de aquel lugar tan delirante.

Pero la horda nos seguía el paso, pero apenas si pudimos llegar, aquella noble persona a duras penas resistía la frenética carrera.

Me arrojó a un pozo, el único lugar de aquella urbe demente que transmitía nobleza. Y caí, con una velocidad impresionante sin saber que le hacían a aquel valiente.

Algo frío en mi mejilla fue lo que sentí mientras regresaba en mi, abriendo lentamente los ojos, me percaté de todo. Había sido un viaje imaginación, estaba de vuelta en mi habitación, en el geriátrico donde residía desde hace un buen tiempo, que había mojado mi cama y caído al frío suelo. Pero lo más extraño fueron mis gritos, asociados a mi demencia senil.
Después de esto, de seguro mi familia vendría a visitarme.


Escrito por Thor Maltes

"Introducción a Filosofía en el Tocador"



"Voluptuosos de todas las edades Y de todos los sexos, a vosotros solos ofrezco esta obra: nutríos de sus principios, que favorecen vuestras pasiones.
esas pasiones, de las que fríos e insulsos moralistas os hacen asustaros.
No son sino los medíos que la naturaleza emplea para hacer alcanzar al hombre los designios que sobre él tiene; escuchad sólo esas pasiones deliciosas, su órgano es el único que debe conduciros a la felicidad.
Mujeres lúbricas, que la voluptuosa Saint Ange sea vuestro modelo.

A ejemplo suyo despreciad cuanto contraría las leyes divinas del placer, que la encadenaron toda su vida.
Muchachas demasiado tiempo contenidas en las ataduras absurdas y peligrosas
de una virtud fantástica y de una religión repugnante, imitad a la ardiente Eugenia;
destruid, pisotead, con tanta rapidez como ella, todos los preceptos ridículos inculcados por imbéciles padres.

Y a vosotros, amables disolutos, vosotros que desde vuestra juventud no tenéis
más freno que vuestros deseos ni otras leyes que vuestros caprichos, que el cínico

Dolmancé os sirva de ejemplo:

Id tan lejos como él si como él queréis recorrer todos los caminos de flores que la lubricidad os prepara a enseñanza suya.

Convenceos de que sólo ampliando la esfera de sus gustos y de sus fantasías y sacrificando todo a la voluptuosidad es como el desgraciado individuo conocido bajo el nombre de hombre y arrojado a pesar suyo sobre este triste universo, puede lograr sembrar algunas rosas en las espinas de la vida."


Fragmento de "El Marqués de Sade"

Afluencia - Cap 1


Una fría noche de la cuarta edad, los lobos aullaron el nacimiento de la criatura que la bella Súre Helka dió a luz, el segundo hijo varón de Horian.

Horian es un medio elfo cuyo pasado no ahondaremos. Lo cierto es: en ese tiempo, ya avanzada la cuarta edad, Horian mantenía una plácida vida en el bosque negro (ya llamado bosque de las hojas verdes). Él sentía que todo en lo que la historia podía necesitarlo, ya estaba hecho. Prefería tener a su familia en una taberna que él mismo decidió construir, de la que su familia vivía, atendiendo a viajeros y así quitar el aire de peligro que el bosque contenía. Naule, así fue llamado el niño, tenía los ojos grises y penetrantes del padre y el rostro iluminado de alegría de la madre.

Naule creció en esa posada, escuchando las historias de los viajeros al igual que las de su padre, sus aventuras, su vida. Fue entrenado por su hermano mayor Selde Makar, en el arte de la espada y fue su padre quien forjó a la que llamaría "Mi espada" con un estilo único en la región, quizá traída en uno de sus viajes al oriente. De su hermana Henelvea, aprendió la precisión y tranquilidad que deben tenerse para que cada flecha lanzada, se transforme en un susurro inquebrantable, letal. Su madre, además de aportarle todo su amor y su cariño, le enseñó bastos conocimientos de medicina, el cuerpo y sus funciones, y lo que para el fue más preciado, la mente.

Naule aprendió todo esto, interesándose y armándose, sin embargo, el disfrutaba de escaparse de la casa, recorrer el bosque, aprender también de él, escuchando el viento, pronto los animales del bosque lo llamaban su igual.

Su adolescencia constó de viajes al interior del bosque, incesantes entrenamientos e instruidas charlas con eruditos. Al cabo de un tiempo Naule se había convertido en un hombre, pero no se sentía como tal, necesitaba explorar todo lo largo y ancho del mundo, así es que -¿Dónde comenzar?- Desde muy pequeño él sentía una gran admiración por los enanos, grandes mineros y artesanos, pero lo que más admiraba era su arquitectura, así es que decidió empezar en el norte.

Un día tranquilo, en el que el sol asomaba por entre los árboles, Naule tomó su espada, su arco y sus flechas, se despidió de su familia y marchó.

El camino a través del bosque fue largo, pero Naule conocía ese bosque y no tuvo dificultad en llegar al linde.


Escrito por Naule Dermast