Los Marinos y las Vampiras

 A macabre tale of love "los marinos y las vampiras" 

 Una macabra historia de amor





CHAPTER II (THE END)

I always liked the legends, I am a firm believer that behind every legend there is a truthThis story is part of a collection of storiespublished by Norma Editorial entitled "The sea is full of mermaids." Here is my adaptation
Siempre me gustaron las leyendas, soy un firme convencido de que detrás de cada leyenda hay una verdad. Este relato forma parte de una colección de cuentos publicados por Editorial Norma bajo el título “El mar esta lleno de sirenas”. Aquí mi adaptación
Esta leyenda filipina advierte, como muchos relatos populares, que no todo es lo que parece.
The Philippine legend says, like many folk tales, not everything is as it seems.

Los pobres  marineros nunca habían tenido tantas tentaciones juntas, estuvieron tentados de aullar, estuvieron tentados de salir huyendo, estuvieron tentados de llorar como bebés, estuvieron tentados de gritar alocadamente
En ese terrorífico instante le vinieron a su mente antiguas historias de los vampiros filipinos,   asuangs, mannananggal, penanggalan, bebarlangs, danag, mandurago. Ésos eran los diferentes nombres con que las nombraban en distintas islas… 
Pero de lo que no tenían dudas, era que las jóvenes eran mujeres vampiros. Por eso sus cuerpos estaban separados. Seguramente las mitades superiores habían dejado crecer sus alas y volaron en busca de sangre humana para alimentarse.
Los marinos se susurraron órdenes. Se mandaban mutuamente a buscar sal, para esparcirla sobre las extremidades que habían quedado en el cuarto. Alguien les había contado que era una forma de destruir a esta clase de vampiros.
Pero, ¿quién se animaría a bajar a la cocina? 
La verdad que ninguno se animó, tenían demasiado miedo. Así que aprovecharon que el marino mediano estaba fumando su pipa, y en lugar de sal, espolvorearon cenizas. Después tuvieron dudas sobre la efectividad de las cenizas y se dedicaron a intercambiar las mitades. Pararon a la que estaba sentada y acostaron a la que permanecía parada. Y continuaron cambiándolas durante un largo rato, porque se habían olvidado la posición inicial. Esperaban que al aparecer las partes superiores, tardaran un buen rato en encontrar su otra mitad. 
Creían ganar tiempo como para huir, y finalmente escaparon de la casa con sensación de culpa. ¡No habían advertido del peligro al capitán! Pero los pobres infelices no recordaban la ubicación de su cuarto y temían que su mala suerte los llevara a la habitación de la viuda.
Lo que ellos no sabían era que horas antes, las partes superiores de las mujeres vampiro habían partido volando, acompañadas de un pequeño búho y otros oscuros pájaros. Aleteando pasaron cerca del cuarto del viejo capitán que, asomado a su ventana, contempló la bandada pensando alegremente:
—¡Qué pájaros tan tiernos! ¡Qué noche llena de bellas sorpresas!
El tik-tik y el wak-wak que hacían las aves durante el vuelo eran tan distinguibles que a veces prevenían a las futuras víctimas. Lamentablemente, los elegidos de esa noche dormían con un sueño profundo.
Cada una de las vampiros se posó sobre el techo de una casa. Habían seleccionado previamente sus alimentos. Una se ubicó sobre la habitación de un niño, otra sobre la de una joven y la tercera, sobre la de una mujer embarazada. De sus bocas abiertas de asuangs salieron kilométricas lenguas tubulares. Con el extremo puntiagudo hicieron una incisión en el tejado por donde introdujeron las lenguas y las deslizaron hacia abajo, hasta los durmientes a los que les agujerearon la piel. Pero esa noche no pudieron realizar su macabra absorción. Un presentimiento de peligro las hizo regresar en desbandada a su casa.
Poco más tarde, el capitán despertaba de un sueño inocente. Llantos y gritos lo guiaron al cuarto de las hermanas. Tocó a la puerta y le abrió la desesperada viuda. Desde el interior del cuarto, la mala vista del viejo hombre de mar no alcanzó a darse cuenta si eran tres o seis mujeres las que lloraban a la vez, se movían, pataleaban.
—¡Por favor lave las cenizas que cubren nuestros cuerpos, capitán! —le rogaron las jóvenes.
—Si no lo hace, ¡no podremos unir nuestras mitades y tendremos una muerte horrible!
—¡Nunca descansaremos en paz!
El capitán comprendió. Además, reconoció el chocante olor que lo había detenido en la puerta de esa casa. Era olor a sangre fresca.
Las mujeres vampiros seguían con sus quejas. Y amenazaban:
—Si no nos salva, les pediremos a otros vampiros que laman la sombra de sus marineros. ¡Usted sabe que eso los hará morir al instante!
El capitán se sintió conmovido por el dolor de las jóvenes, asustado por la suerte de sus hombres, y a la vez, resignado. No tenía muchas opciones. Asi que en silencio quitó las cenizas de las mitades inferiores de las asuangs usando un paño y agua. Luego de algunos intentos fallidos, los cuerpos se unieron. Las jóvenes, con gran integridad, le juraron al anciano agradecimiento eterno.
Pero sus almas ardían. Deseaban venganza. Y sin que el anciano pudiera detenerlas, salieron corriendo tras las huellas de los marineros. No les costó mucho encontrarlos. Era diciembre y Capiz celebraba Sinadya. Los tres marinos se mezclaron con el pueblo que había acudido a la fiesta en honor al patrono de la provincia. Entre la multitud, se habían sentido protegidos y bailaron con los concurrentes, siguiendo el son de exóticos tambores.
¿Qué los paralizó de pronto, en medio del desfile de personas y muñecos, obligando a la procesión a detenerse?
Una representación monumental de una mujer vampiro, cortada en dos mitades y hecha en papier maché. Nunca habían visto algo así y creyeron que era real. El terror los inmovilizó y a su alrededor se arremolinaron personas, y coloreadas y deformes criaturas de papel que figuraban ser peces, brujas, hadas y gigantes.
Nadie hubiera podido mover a los marineros si no hubieran aparecido las jóvenes asuangs que se acercaron a los tontos, y tomándolos suavemente de la mano, los condujeron lejos de la enorme muñeca de papel.
Los tres se dejaron llevar y el gesto de las mujeres, aparentemente tierno, ganó al público, que estalló en un aplauso. En ese mismo instante, los aparatos de pirotecnia se encendieron y en el cielo se dibujaron estrellas giratorias. Las asuangs jamás habían sentido el gusto de la aprobación popular. Era agradable. También lo eran los fuegos artificiales, además de ser considerados un signo de buen augurio. Los deseos de venganza de las mujeres se transformaron en deseos de integrarse con su pueblo.
—¡Si se casan con nosotras, les perdonamos la vida! —propusieron.
Los marinos, parados dócilmente frente a las mujeres vampiros, en perfecta escalera de alturas, no hicieron el menor gesto. Miraban hacia abajo, mareados, como en su primer día en tierra.
—¡Prometemos que nunca los atacaremos y seremos las mejores esposas del mundo! —juraron las asuangs.
¿Qué podían responder? Los marinos dieron el sí, días más tarde, en una horrorosa fiesta privada donde los invitados fueron duendes, espíritus errantes, bestias y fantasmas.
Después de este comienzo miserable, ninguno de los tres tenía alguna esperanza de encontrar felicidad en su futura vida de casados.

Sin embargo, se equivocaron. Las nuevas parejas fueron aceptadas entre la gente de Capiz, y las mujeres vampiro cumplieron sus promesas. Se portaron como buenas esposas y llevaron lejos sus vuelos nocturnos, para no interferir con su vida de casadas.
El capitán, que ya había visto y dejado ver de todo, siguió con sus viajes. Pero ahora, asociado a los tres marineros. El bajo, el mediano y el alto se dedicaron al turismo. Organizaban excursiones a las cuevas de Capiz mostrando estalactitas y estalagmitas naturales en estancias cavadas en la roca, que son como salones de baile adornados con esculturas de hielo.
Junto al capitán, los marinos, sin sus uniformes navales pero siempre formados en rigurosa escalera de alturas, vendían excursiones. Expediciones de buceo por las islas cercanas, a las zonas de los corales, ballenas, mantas. Expediciones en barco a las zonas de tiburones, y a los asilos naturales donde las tortugas anidan y engendran.
Esas excursiones costaban precios enormes. Les sacaban a los visitantes hasta su última moneda. Muchas veces fueron acusados de chupasangres, pero los tres marineros siempre desconcertaron con su honrada respuesta.
—¡Nosotros no! ¡Nuestras esposas! - FIN

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